PARANOIA: UN CANTO
STEPHEN KING
*
Ya no puedo salir.
Hay un hombre junto a la puerta
con impermeable
fumando un cigarrillo.
Pero
Lo he puesto en mi diario
y las direcciones están todas en fila
sobre la cama, ensangrentadas por la luz
del letrero del bar vecino.
Él sabe que si muero
(o incluso si desaparezco)
aparece el diario y todo el mundo se entera
que la CIA está en Virginia.
500 etiquetas compradas en
500 mostradores de tiendas, todas distintas,
y 500 cuadernos
con 500 páginas en cada uno.
Estoy preparado
Puedo verle desde aquí.
Su cigarrillo brilla
por encima del cuello de la trinchera
y por alguna parte hay un hombre en un Metro
sentado debajo de un anuncio y pensando en mi nombre.
Los hombres me han discutido en cuartos traseros.
Si suena el teléfono sólo hay aliento de muerte.
En el bar, al otro lado de la calle, un revólver
achatado ha cambiado de dueño en el lavabo.
Cada bala lleva mi nombre.
Mi nombre está escrito en viejos ficheros
y buscado en las listas del depósito de cadáveres.
Mi madre ha sido investigada;
gracias a Dios que ha muerto.
Tienen muestras de escritura
y examinan las vueltas de las pés
y las cruces de las tés.
Mi hermano está con ellos, ¿se lo dije?
Su esposa es rusa y él
no deja de pedirme que rellene formularios.
Lo tengo en mi diario.
Escuchen...
escuchen
escuchen por favor:
deben escucharme.
Bajo la lluvia, en la parada del autobús,
negros cuervos con negros paraguas
simulan mirar sus relojes, pero
no está lloviendo. Sus ojos son dólares de plata.
Algunos son eruditos a sueldo del FBI,
la mayoría extranjeros que invaden
nuestras calles. Les engañé
salté del autobús entre la 25 y Lex
donde un cochero me miraba por encima de su periódico.
En la habitación que hay sobre la mía, una vieja
ha montado una succión eléctrica en su suelo.
Se lleva rayos de mi instalación eléctrica
y ahora escribo a oscuras
al resplandor del letrero del bar.
Les digo que lo sé.
Me mandarán un perro con manchas pardas
y una radio de telaraña en el hocico.
Lo ahogué en la fregadera y lo escribí
en la carpeta GAMMA.
Ya he dejado de mirar el buzón.
Las felicitaciones son cartas-bomba.
(¡Aléjate! ¡Maldito seas!
¡Aléjate! ¡Ya conozco a los altos!
¡Les digo que conozco a gente muy alta!)
El pequeño restaurante equipado con suelos parlantes
y la camarera dijo que era sal, pero yo conozco el arsénico
cuando me lo ponen delante. Y el gusto amarillo de la mostaza
para encubrir el amargo olor de las almendras.
He visto extrañas luces en el cielo.
Anoche, un hombre oscuro, sin rostro, se arrastró nueve millas
de recorrido de cloacas para salir en mi retrete, esperando
oír llamadas telefónicas a través de la endeble madera
con orejas de cromo.
Se lo digo, hombre, oigo.
Vi las huellas embarradas de sus manos
sobre la porcelana
Ya no contesto al teléfono
¿se lo había dicho?
Se proponen inundar la tierra con mierda.
Se proponen penetrar a la fuera.
Tienen médicos que
abogan por extrañas posturas sexuales.
Fabrican laxantes con droga
y supositorios que queman.
Saben cómo apagar el sol
con explosivos.
Yo me envuelvo en hielo..., ¿se lo había dicho?
Evita sus infralcances.
Conozco encantamientos y llevo amúletos.
Podéis creer que me teméis, pero podría destruiros
Ahora, en cualquier momento.
En cualquier momento.
En cualquier momento.
¿Quieres algo de café, mi amor?
¿Les dije que ya no puedo salir?
Hay un hombre junto a la puerta
con un impermeable.
STEPHEN KING
*
Ya no puedo salir.
Hay un hombre junto a la puerta
con impermeable
fumando un cigarrillo.
Pero
Lo he puesto en mi diario
y las direcciones están todas en fila
sobre la cama, ensangrentadas por la luz
del letrero del bar vecino.
Él sabe que si muero
(o incluso si desaparezco)
aparece el diario y todo el mundo se entera
que la CIA está en Virginia.
500 etiquetas compradas en
500 mostradores de tiendas, todas distintas,
y 500 cuadernos
con 500 páginas en cada uno.
Estoy preparado
Puedo verle desde aquí.
Su cigarrillo brilla
por encima del cuello de la trinchera
y por alguna parte hay un hombre en un Metro
sentado debajo de un anuncio y pensando en mi nombre.
Los hombres me han discutido en cuartos traseros.
Si suena el teléfono sólo hay aliento de muerte.
En el bar, al otro lado de la calle, un revólver
achatado ha cambiado de dueño en el lavabo.
Cada bala lleva mi nombre.
Mi nombre está escrito en viejos ficheros
y buscado en las listas del depósito de cadáveres.
Mi madre ha sido investigada;
gracias a Dios que ha muerto.
Tienen muestras de escritura
y examinan las vueltas de las pés
y las cruces de las tés.
Mi hermano está con ellos, ¿se lo dije?
Su esposa es rusa y él
no deja de pedirme que rellene formularios.
Lo tengo en mi diario.
Escuchen...
escuchen
escuchen por favor:
deben escucharme.
Bajo la lluvia, en la parada del autobús,
negros cuervos con negros paraguas
simulan mirar sus relojes, pero
no está lloviendo. Sus ojos son dólares de plata.
Algunos son eruditos a sueldo del FBI,
la mayoría extranjeros que invaden
nuestras calles. Les engañé
salté del autobús entre la 25 y Lex
donde un cochero me miraba por encima de su periódico.
En la habitación que hay sobre la mía, una vieja
ha montado una succión eléctrica en su suelo.
Se lleva rayos de mi instalación eléctrica
y ahora escribo a oscuras
al resplandor del letrero del bar.
Les digo que lo sé.
Me mandarán un perro con manchas pardas
y una radio de telaraña en el hocico.
Lo ahogué en la fregadera y lo escribí
en la carpeta GAMMA.
Ya he dejado de mirar el buzón.
Las felicitaciones son cartas-bomba.
(¡Aléjate! ¡Maldito seas!
¡Aléjate! ¡Ya conozco a los altos!
¡Les digo que conozco a gente muy alta!)
El pequeño restaurante equipado con suelos parlantes
y la camarera dijo que era sal, pero yo conozco el arsénico
cuando me lo ponen delante. Y el gusto amarillo de la mostaza
para encubrir el amargo olor de las almendras.
He visto extrañas luces en el cielo.
Anoche, un hombre oscuro, sin rostro, se arrastró nueve millas
de recorrido de cloacas para salir en mi retrete, esperando
oír llamadas telefónicas a través de la endeble madera
con orejas de cromo.
Se lo digo, hombre, oigo.
Vi las huellas embarradas de sus manos
sobre la porcelana
Ya no contesto al teléfono
¿se lo había dicho?
Se proponen inundar la tierra con mierda.
Se proponen penetrar a la fuera.
Tienen médicos que
abogan por extrañas posturas sexuales.
Fabrican laxantes con droga
y supositorios que queman.
Saben cómo apagar el sol
con explosivos.
Yo me envuelvo en hielo..., ¿se lo había dicho?
Evita sus infralcances.
Conozco encantamientos y llevo amúletos.
Podéis creer que me teméis, pero podría destruiros
Ahora, en cualquier momento.
En cualquier momento.
En cualquier momento.
¿Quieres algo de café, mi amor?
¿Les dije que ya no puedo salir?
Hay un hombre junto a la puerta
con un impermeable.
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